
Si Rafael Erazo Villegas, conductor, hubiera tenido “la fortuna” de ser empleado de Drummond como su hermano “estaría podrido en plata. Tendría una finca con ganado, como sus compañeros. Pero no, él no piensa, cree que toda la vida va a estar ahí (lleva 18 años ganando un sueldo de $6 millones al mes) y se dedicó a gastarse la plata con sus tres mujeres y sus 13 hijos”. Rafael vive en La Loma, un corregimiento de El Paso (Cesar), que alberga a la mayoría de empleados de Drummond.
El destino de los habitantes de este pueblo se dividió en dos después de 1994, cuando Drummond empezó los trabajos de explotación en su mina Pribbenow: los que consiguieron trabajo allí hablan hoy del carbón como la mayor bendición que llegó a sus vidas y los que no, acusan al mineral de haber traído sobrepoblación, prostitución, violencia, delincuencia y miseria al pueblo.
Pero están también los empleados de Drummond o de alguna de las otras mineras vecinas (CNR, Prodeco) que se paran en la mitad de la balanza y reconocen que el carbón trajo riquezas pero los empobreció como sociedad. Cada quien tiene su propia versión de la historia. La de Rafael Erazo está clara: “Aquí el que logra trabajar en la mina, sino es de mala cabeza como mi hermano, vive bien”. Erazo trabajó ocho años para La Francia (de CNR) y fue despedido en febrero del año pasado. Con lo que ahorró se compró una camioneta. Y de eso vive.
Lo que sí es un hecho es que en 20 años la minería provocó un crecimiento desmedido en La Loma. Tanto que hoy este corregimiento es más grande que el municipio del que depende, El Paso. “Se disparó la población. Toda la gente decía ‘me voy para La Loma’. Parecían aves cuando hay subienda de pescado… Esa cantidad de depredadores llegaron y transformaron esto: pasamos de tener sólo tres calles (la calle de Las Vacas, la central y la del Ecuador) a ser este pueblo que usted ve, que en hora pico es imposible transitar. De 5 mil que éramos hoy llegamos casi a 30 mil habitantes”, dice Rafael.
Y empezó a llegar la gente y en el pueblo comenzaron a cobrarse todos los servicios a “precio de mina”. En el 98 un minuto a celular valía 1.000 pesos (“el tipo que trajo ese negocio hizo mucha plata”) y hoy el arriendo de una habitación, por turnos (hasta tres personas con diferentes horarios de trabajo conviven en una) cuesta 150.000 pesos al mes. La Loma se inundó de restaurantes, de ventas ambulantes, de paisas que popularizaron los negocios de “todo a mil”.
De este giro radical que dio La Loma me senté a hablar con el sacerdote del pueblo, Nilson Camacho, y el rector de la Institución Educativa Valentín Manjarrez, Walter Rafael Mujica. Aquí reconstruyo apartes de esa conversación, en la que la balanza de lo bueno y lo malo que le ha dejado la minería a este pueblo, termina más inclinada hacía un lado. Irremediablemente.
–Empecemos por lo positivo, para terminar con la larga lista de lo negativo –dice el padre Rafael–. La minería ha ayudado a madurar estas poblaciones, a crecer, a competir por la calidad de la educación; ha traído superpoblación y a mayor población mayor inversión social. No podemos negar que ha traído progreso.
–Nació una competencia sana. Los jóvenes se dieron cuenta de que si no estudiaban las oportunidades iban a ser mínimas, y eso los obligó a prepararse, dice el rector.
–Pero el desenfreno total de esa bonanza atrajo violencia, desempleo, atracos, mucha prostitución. La salud tampoco da a basto. Éste se ha convertido en un pueblo de transeúntes, de gente que va y viene, y eso está acabado con la cultura. La gente cambió el sentido de ver su “modus vivendi”. Cambió la agricultura por la minería, ahora sólo ven por la minería... el día que se acabe la mina se acaba esto, continúa el sacerdote.
–Y fíjese que sólo se están preparando para eso, para manejar un camión minero y ganarse 3 millones de pesos rapidito. Piensan, '¿qué voy a gastar cinco años en una universidad para ganarme lo mismo, si con un curso de seis meses ya puedo entrar a la mina?', dice el rector.
–La minería sí ha dado trabajo al pueblo, pero detrás hay un mal sabor. Se ha filtrado la prostitución infantil. Trajo la sífilis, el sida, producto de ese desorden inmoral que vino con la plata, dice alterado el padre Camacho.
–Se ha deshumanizado la humanidad. Nosotros somos afro, y mira cómo se han apropiado otras culturas de la nuestra, sigue la conversación el rector.
Y el sacerdote remata con un discurso entre airado y acongojado: “Unos se enriquecieron, sí, pero con eso vino mucha pobreza para otros. Si un suma y resta, a veces piensa, ‘carajo, si ese carbón hubiera estado en otra parte…’”.
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