Don Alberto Mejía tiene 70 años y cinco hijos (cuatro varones y una mujer). Tiene unos ojos azules claritos que permanecen llorosos. Tiene una exesposa hatillana que lo convenció de vivir aquí, en el Hatillo, este corregimiento de El Paso (César) que tiene unos 600 habitantes, unas calles de tierra amarilla, un sol calcinante a medio día y un aire impuro que desplazó a sus pobladores.
A espaldas de este caserío hay una montaña gris que es una acumulación de escombros y material inerte, una mina de carbón llamada también Hatillo que empezó a ser explotada en 2006 por la empresa CNR. Se ve desde cualquier parte del pequeño pueblo. Se ve y se respira. En 2010 el Ministerio de Ambiente declaró invivible esta tierra y les ordenó a las compañías mineras trasladar a la población. Don Alberto es uno de los 14 líderes que está vigilando este largo y lento proceso.
El señor Alberto duerme en una colchoneta acomodada en un salón de la única escuela del poblado, que él vigila. Es artesano, agricultor, cantante y compositor. “Desde que estaba muy muchacho, a la edad de 16, empecé a componer”, cuenta. Le ha escrito canciones a Ana Leonor, una “señorita que se llevó a vivir con él”, lo que desencadenó la furia de los hermanos de la niña quienes terminaron demandándolo (título de la canción: La demanda). Escribió Todavía el pájaro canta y Mujer triste. “Tengo ahorita un montón escritas, pero en la mente apenas unas 30”.
Le ha escrito al amor, al amor no correspondido, a los carnavales; a la tristeza, a las desgracias y a la minería, que para él hoy son la misma cosa. Le ha escrito al carbón que se ha llevado el aire limpio, la salud y el agua cristalina de su pueblo. Y hace poco escribió una (vea el video que acompaña esta entrada) que habla del futuro que sueñan él y los pobladores del Hatillo.
En medio del olvido, de la escasez, esta comunidad guarda historias esperanzadoras. Como ésta.
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