sábado, 15 de febrero de 2014

Travesía por tres pueblos que serán reasentados: Hatillo, Plan Bonito y Boquerón

Hatillo

El Hatillo es el corregimiento de El Paso, que tiene más cerca una mina llamada también Hatillo de la empresa CNR.




Hay que aceptar que la comunidad del Hatillo (corregimiento de El Paso, Cesar) firmó y autorizó la entrada de la minería. Hay que aceptar que se dejaron seducir por las promesas de empleo y dinero en cantidades que nunca habían visto. Hay que aceptar que fueron a reuniones y siguieron las instrucciones de las empresas mineras, sin preguntar para dónde los estaban llevando. Estaban obnubilados y cuando despertaron, ya tenían la mina en el patio de la casa y ya les habían desviado el río Calenturitas. “Se nos apareció la Virgen, pensamos al principio. Y no, fue todo al revés”, dice Alberto Mejía, líder, compositor, vigilante de la escuela. “Cada vez que venían les firmábamos los papeles y nos dejábamos tomar la foto. Nos dimos cuenta muy tarde de lo que estábamos haciendo. Ya el daño estaba hecho”, cuenta Marina Martínez, ama de casa, líder.





La empresa Drummond envía un tanque de agua al Hatillo, que lleva cinco días sin este servicio.


El despertar llegó apenas en 2007, doce años después de que llegaran las primeras mineras (Carbones del Caribe y Prodeco, años después CNR). Los despertó “la falta de empleo y que la comunidad había perdido ya muchas tierras”. Los despertó la escasez de agua que dejó la desviación del río, un río “de agua clarita, que consumíamos todos los que teníamos una finquita. La gente no padecía de hambre porque pescaba y cultivaba”, dice don Alberto. “Siempre la desviación de un río es mala –señala–. Poner a correr el agua por donde no está acostumbrada… Y cambiarle el hábitat a las especies y a los animalitos que viven ahí… Siempre es mala”.


Ese año CNR les propuso reubicarlos, pagarles casas nuevas para que desalojaran estos terrenos que guardan carbón, y ellos accedieron porque estaban desesperados sin agua y sin alimento y respirando el aire que respiraban. Pero el Gobierno detuvo el proceso y sólo tres años después obligó a todas las mineras a reasentar a ésta y a otras dos poblaciones (Plan Bonito y Boquerón). Ya la pobreza se había propagado en el Hatillo. Se habían declarado en crisis alimentaria: el 95% de los niños estaba malnutrido, según un censo de Naciones Unidas que saltó a todos los titulares de prensa. Y ahí sí dicen ellos apareció el Gobierno y las empresas con jardines infantiles, médico, enfermera y un banco de alimentos.


Centro materno infantil de La Loma, otro corregimiento de El Paso.



Todo esto me lo cuentan tres líderes incansables: Mariana Martínez (46 años), Alberto Mejía (70 años) y Diana Fonseca (36 años). Me hablan desde un salón del colegio, que es la casa de don Alberto. Los escucho y siento un respiro en medio de tanta desolación que se vive en el Hatillo. Todavía no se sabe para dónde irán ni cuándo será (dicen que en 2016 o 2017). Pero tienen claro que el lugar que los va a acoger debe tener tierras aptas para sembrar, agua potable, una vía de acceso, un terreno no inundable. “Y claro, que esté lejos, muy lejos de la minería”, dice don Alberto.


Marina Martínez, Diana Fonseca y Alberto Mejía, líderes del Hatillo.



Plan Bonito


Cementerio de máquinas mineras, a la entrada de Plan Bonito, corregimiento de El Paso, Cesar.




A unos 20 minutos del Hatillo, por la llamada vía del carbón, está Plan Bonito, un poblado de 246 casas a lado y lado de la carretera (ahí, a la orilla, a escasos dos metros de donde atraviesan los camiones cargados de carbón). Aquí ha vivido por 52 años Lorenzo López, presidente de la junta de acción comunal. Y aquí vivirá hasta finales de marzo. En ese momento, o apenas unos meses después, dejará de existir Plan Bonito, el pueblo que se tragaron de a poco cuatro minas de carbón (es la entrada a Calenturitas de Prodeco, a unos tres kilómetros están La Francia y El Hatillo, de CNR y a unos ocho, Pribbenow, de Drummond ). "Estamos rodeados".


Don Lorenzo López, líder de Plan Bonito, junto a sus nietos en la casa que abandonará en un mes.




Don Lorenzo (unos 70 años) habla desde el terreno que compró por 150.000 pesos en 1962, cuando eran "poquiticos" en Plan Bonito, cuando eran él y cinco casas más. En 1990, cuando se empezó a preparar el terreno para la minería, ellos también dijeron sí porque "íbamos tener trabajo, cultivos y pesca". Todo lo que soñaban, todo lo que necesitaban. Él mismo trabajó en las minas por tres años.

Cinco años después de que empezara la explotación comenzaron a llegar, acumulados, en bandada, los problemas de salud y ya la gente de Plan Bonito empezó a pensar en una vida lejos de la minería. "Desde el 95 me estoy reuniendo con las empresas para que nos compraran los terrenos. Y nada. Hasta 2010, que ya fue una orden". Pero tuvieron que seguir esperando y aguantando. Lo más insoportable eran las "voladuras" que abrían grietas en las casas, dice el señor López.


Plan Bonito está compuesto por 146 casas a lado y lado de la llamada vía del carbón.


Ya sólo quedan unos meses de aguante. Hasta que cada familia encuentre una casa dónde vivir en La Loma, Santa Marta, Valledupar, o donde sueñen con su nueva vida. Él, que sólo vive con su esposa Isabela, tiene derecho a elegir una que no supere los 89 salarios mínimos ("unos 50 y pico de millones"). Les pagarán además 57.000 pesos por cada metro cuadrado del terreno que dejarán, más seis millones de compensación.


Los pobladores de Plan Bonito negociaron individualmente su reasentamiento. Cada familia irá al lugar que prefiera.


La negociación es individual porque la mayoría, cansada de resistir, decidió que era más fácil y más rápido así. Por eso Plan Bonito dejará de existir. Por eso don Lorenzo se lamenta. "Esto es duro. Aquí vivíamos sabroso, nos conocíamos, nos ayudábamos. Vivíamos en paz. En la historia de Plan Bonito no hay un sólo muerto por violencia. Usted no sabe lo bonito que era vivir así". Su próximo hogar será La Loma. Ya negociaron la casa por 40 millones de pesos.

Boquerón

Dilubis Castilla, líder de Boquerón, el pueblo con el proceso de reubicación más lento y complicado.


Dilubis Castilla, la mujer de carácter fuerte, valiente, que da la cara por la comunidad de Boquerón (a unos 15 minutos de Plan Bonito), no nació en este caserío en el que viven unas 150 familias pero le ha entregado las fuerzas y el alma a defenderlo. Es madre soltera y tiene cuatro hijos.

Boquerón es el pueblo que está más lejos de un reasentamiento porque antes de mover un dedo para dejar sus casas y sus pocos cultivos y sus terrenos, están exigiendo ser reconocidos como una comunidad afrodescendiente. Y siguen empeñados en lograrlo a pesar de que el Gobierno les haya dicho "no" una y tantas veces.

En Boquerón, corregimiento de la Jagua de Ibirico, los pobladores improvisan redes eléctricas desesperados por la falta del servicio
 Boquerón tiene además otra singularidad: nunca pidió ser reubicada porque no alcanzaban a relacionar a las minas -que no están encima de ellos como en los otros pueblos- con la aparición de tantos enfermos de asma y alergias. Pero el Gobierno dijo que sí había una relación, que el transporte del mineral por la carretera que tienen a poquitos metros era suficiente fuente de contaminación.

La mayoría de casos de Boquerón son construidas en bahareque.
Este caserío es como una extensión del Hatillo y Plan Bonito. Las mismas casas de bahareque, las mismas trochas de tierra naranja, las mismas carencias, el mismo abandono, la misma pobreza. Pero los de aquí tendrán que soportar más tiempo. Mucho más tiempo. Y Dilubis lo sabe y no esconde el desconsuelo. Desde que les prometieron la reubicación está paralizada toda la inversión social. La gente está improvisando las redes de energía y está pescando en ríos de "aguas inseguras", dice ella, la líder que no se cansa, que sigue firme al frente esta prolongada batalla.






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