
La gente de Valledupar calcula que desde el 10 o el 12 de octubre del año pasado no cae un aguacero memorable en esta ciudad. Y en medio de los 35 grados de las 12 del día, señalan con desconsuelo que la temporada seca se extenderá por lo menos un mes más. Gracias a Dios, repiten, cuando llegue el Festival Vallenato (el 29 de abril), en el que le rendirán todos los honores a su otro dios, Diomedes Díaz, ya estos tiempos de sol insoportable y sequía estarán pasando. En esa conversación se nos va el tiempo mientras esperamos al secretario de Minas, Pedro Díaz, quien lo primero que me dice cuando me ve es que estoy cordialmente invitada al Festival. Sonrío y respondo que siempre he querido estar en uno.
En esta entrevista con el secretario Díaz se me irán por lo menos dos horas y media. Díaz me contará que aunque lleva sólo dos meses en este cargo, se sabe la historia minera del Cesar de memoria porque nació en el pueblo que supuestamente más se ha beneficiado de la explotación de carbón. El pueblo que más plata recibió de las empresas (a través de esa figura llamada regalías), aunque el dinero no se haya traducido en más calles pavimentadas, más escuelas, más salud, más buen vivir para la gente. Nació en la Jagua de Ibirico, la siguiente parada en esta travesía. (http://enlarutadelcarbon.blogspot.com/2014/02/dia-1-la-visita-oficial-de.html)
Díaz cuenta que esta historia empezó a escribirse en 1987, con un proyecto de Carbones del Caribe que extraía 30 mil toneladas mensuales. “Eso era un mundo en esa época”, dice con tono jocoso y luego me explica que actualmente sólo la Drummond extrae 100 mil toneladas al día. La historia continúa con la llegada de las grandes multinacionales (Glencore, Drummond y CNR) y con una comunidad (la de la Jagua) que sólo dos décadas después (en febrero de 2007) se levantó para exigirle al Gobierno que mirara lo que la minería había hecho con su salud, sus tierras, sus carreteras, sus vidas.
Más adelante Díaz dirá que al Gobierno el “boom minero” lo cogió “con los calzones abajo”. Sin unas leyes claras y rígidas que detuvieran la sed de fortuna de las grandes compañías mineras. En ese momento pienso que el discurso de este secretario de Minas me gusta. Reconoce que se han cometido errores irreversibles.

–Secretario, hay tres poblaciones (Plan Bonito, Hatillo y Boquerón) que siguen esperando ser reubicadas porque están bajo un nivel de contaminación invivible. ¿Cómo vive esa gente hoy?, le pregunto.
–¿Cómo viven? A espaldas del progreso. Calenturitas (mina de Glencore) está a sólo 5 minutos de Boquerón, y cuando estés allá vas a ver el estado de miseria y de pobreza en el que vive ese pueblo… Pero no todo es malo, me dice.
–¿Cuáles son los aspectos positivos de la minería? Convénzame…
–Sí creemos que la minería es una locomotora de desarrollo.
–¿Desarrollo para quién?–Son procesos graduales. Las mineras están entrando en una ruta de compromisos. Una minería responsable sí constituiría una locomotora de desarrollo.
–Pero hoy, la minería que se ha hecho hasta hoy, ¿para quién es un motor de desarrollo?, vuelvo y le pregunto.
–Para el país, sí. Aporta el 42% del PIB del departamento y un porcentaje muy significativo al PIB del país.
–¿Y para las poblaciones?
–Para las poblaciones…mmm… Habría que mirarlo con lupa. Pero no podemos decir “cerremos y vámonos”. Si no hay minería no hay energía, no hay producción de acero, no hay material para la construcción…
Y en ese momento suelta una frase que todavía me ronda la cabeza: “la minería, como la política, es un mal necesario”.
La siguiente estación de esta travesía será La Jagua de Ibirico. Y luego, Boquerón, ese pueblo que vive en la miseria según las palabras de Pedro Díaz. ¿Qué pensarán ellos de ese “mal necesario”?
Cual otro Dios?, necesariamente todos ahora son debotos a Diomedez
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